SENSACIONES ENCONTRADAS: DE LO RETINIANO A LO ABSTRACTO.
El proceso de racionalización o explicación de la obra de arte no es sino un atavismo cultural (derivado del siglo de las luces y su sapere aude) que nos hace sentir más tranquilos, menos inquietos. Ese atavismo implica que cuando “comprendemos” racionalmente una obra, es como que nos gusta más, que nos sentimos más cómodos y nos olvidamos de la otra componente que conforma la dualidad de toda obra artística: la emoción.
Culturalmente hemos sido educados en la razón. Somos nietos de los racionalistas y pensamos que el arte tiene una base moral. A la emoción interna, personal e indescriptible se le une la emoción racional derivada de la razón (nuestra cultura, formación, conocimiento).
Ello no implica que el proceso de explicación racional-intelectual no sea importante, muy al contrario debería formar parte inescindible de la visión holística, general, de la comprensión de la obra artística.
La exposición de Fernando Romero establece un correlato entre paisaje y arquitectura. Una arquitectura precisa, reconocible, icónica, referencial (obras de Le Corbusier, Mies van der Rohe), frente a un paisaje abstracto, congelado, estático. Una arquitectura en un no paisaje. Esta nueva topografía subsume, despliega y despierta un mundo de consideraciones y pensamientos, muy extenso. Esta unión de lo figurativo (el edificio) y lo abstracto (el paisaje), es otra de las líneas de fuerza de la exposición. El tránsito entre los límites, reconocible e inconcreto se resuelve condiciendo los dos aspectos. Adorno nos recordaba que “las cosas se cargan de todo tipo de significados secretos, cuando pierden su función”. Entonces, el subjetivismo las recubre de emociones de ensueño y adquiere una suerte de irradiación de lo imaginario y eterno. La descontextualización de las piezas arquitectónicas que nos presenta Romero, que en este caso son mera representación, nos remiten al mundo de la exaltación de los sueños y de la imaginación, que no es sino una impostura de la razón.
A este no lugar se le añade la deshumanización de la composición. No hay personajes. Renuncia expresamente a la escala humana y hace una referencia expresa al vacío. Explicita un espacio que me resulta más misterioso que inquietante. Un espacio casi metafísico.
Partimos de la base incontrovertible de que toda actuación en el paisaje es un “acto violento” porque nos impone a la fuerza un elemento extraño, un elemento que no existía, una excrecencia. Este elemento hace que se transforme el paisaje. En la exposición “camino a la zona” se subvierte el proceso, se hace a la inversa. Me explicaré; en el relato de la exposición, se parte del resultado final es decir de la arquitectura dentro del paisaje (los primeros cuadros) y se va evolucionando hasta recuperar la imagen primigenia, o lo que es lo mismo, solo el paisaje (cuadros finales).
¿Se funde el paisaje con la arquitectura? es la eterna cuestión que se plantea cuando una edificación se inserta en el paisaje. Le Corbusier explicó magistralmente este concepto con la teoría de la “acústica visual”. Entiende el edificio como una “caja de resonancia” capaz de captar los sonidos del paisaje y devolverlos hechos forma. Se trata de reinterpretar los rasgos peculiares del lugar (genius loci, espíritu del lugar) para fusionar el paisaje con el diseño y vincular el valor espacial y expresivo de la arquitectura con el valor simbólico de la naturaleza, el entorno o el territorio. En definitiva una arquitectura capaz de integrar en contrapunto visual el paisaje y la arquitectura fundiéndola en un mismo acorde. Aquello que antes de la existencia del edificio era naturaleza caótica, entropía (sin orden, no cartesiano) queda transformado, construido e incluido como paisaje. Es decir el edificio se vuelve parte integrante del paisaje.
Pero esto es una derivada más de la muestra, es una digresión personal que me hace reflexionar sobre la integración arquitectura y paisaje. Pero hay muchos más registros, tantos como expectadores y ahí está la grandeza de la pintura: en su capacidad evocadora y de exaltación de nuestra fantasia.
No intento ofrecer un corpus teórico para entender y comprender la obra; tan solo una aproximación muy libre, sin condicionantes salvo los propios de mi limitado bagaje cultural y mi restringida intuición. Y frente a la expresión de Wittgenstein “lo importante en el arte no es el juicio, es el sentir” creo más en la dualidad de R: Barthes expresada en su libro “la cámara lucida”. Aunque su teoría semiológica se refiere a la fotografía, es extrapolable al arte en general. Establece dos conceptos. De un lado el studium (que estudia: técnica, lema, encuadre, luz, composición, relato, concepto…..). De otro, el punctum (que refleja: lo irracional, lo intuitivo, lo indecible, lo subjetivo, lo apasionado….) Una vez más la dualidad, esa constante en la condición humana. Una exposición para pensar y para disfrutar. Y que constata el aforismo de P. Klee “el arte no expresa lo visible, hace visible lo inefable”.
RICARDO MARCO
Comisario de Exposiciones y Decano del Colegio de Arquitectos de Aragón